En fin, cosas tristes que da la vida. Y qué decir de
la escuela… ¡Uff! Para ser francos tenía sus cosas buenas: la hora del recreo,
la hora de la salida y las vacaciones, aunque éstas también tenían sus
desventajas: el recreo se acababa, saliendo de la escuela nos dejaban hacer
tarea y las vacaciones se terminaban. Por eso hay tantos chicos que crecen
resentidos con la sociedad.
Pero hablando de vacaciones, recuerdo unas muy
particu-lares. Fue cuando salí del primer grado para entrar al segundo…, o del
segundo al tercero, no me acuerdo muy bien, de lo que sí me acuerdo fue que
todo lo comencé a planear por accidente, aunque puedo decir que se fue dando
casi de manera provi-dencial. Ni en mis mejores sueños logré imaginar algo así,
bueno, en mis sueños siempre hacía cosas mucho más increíbles y espeluznantes.
Pero en la realidad, si algo salía mal… ¡Nah! ¿Qué podría salir mal? Que al
cabo todo el tiempo, ayer hoy y mañana, si algo no salía como debiera, siempre
se le podía echar la culpa al hermano menor.
Decía entonces que todo sucedió una cierta tarde de
un incierto día cuando mamá comenzó a depurar los medicamentos caducos del
botiquín y yo, con mi amable sonrisa y mis ojitos pispiretos, me ofrecí a
deshacerme de esas fuentes de… de… pues de medicinas echadas a perder.
—¡Mamá, mamá! ¿Qué haces mamá?
—pregunté emocionado.
—Estoy separando los medicamentos que ya caducaron.
—¿Y eso qué es, mamá?
—Eso significa que ya no sirven, que perdieron su
capacidad de aliviar a la gente, o que pueden provocar reacciones adversas o
dañinas. ¿Ves estos números en la tapa? —Señaló una serie escrita bajo
relieve—. Es la fecha que debemos considerar para ya no usarlos.
—¿Y qué vas a hacer con ellos, mamá? —pregunté agitado.
—Bueno, después de separarlos creo que los llevaré a
la clínica para que dispongan de ellos adecuadamente.
—¿O sea que los vas a tirar?
—O sea que los llevaré a la clínica para que
dispongan de ellos adecuadamente.
—¿Y qué pasaría si tomáramos las medicinas así?
—sentí cómo mis ojos echaban chispas cada vez que miraba aquella bolsa que se estaba
llenando con las cajitas multicolor.
—No sé, quizás algo malo —ella me miró, abrió los
ojos grandototes y me dijo con voz gruesa y jugueteando con las manos—, podrías
convertirte en un monstruo. ¡Gruaaaarrrr!
Lancé un agudo grito y salí corriendo hacia el patio
per-seguido por ella, y mientras era capturado entre risas y gruñidos y llevado
trabajosamente al interior de la casa, una idea comenzó a materializarse en mi
cerebrito: haría algunos experimentos con aquellas pastillas y capsulas. ¡Dios,
así debieron sentirse los grandes genios cuando tuvieron la idea de inventar
algo increíble! ¿Sus mamás también habrían ayudado un poco? No sé. Pero cuando
sea famoso diré en la entrega de los premios “nobles”:
—… y también agradezco a mi madre, sin ella, yo no
estaría aquí frente a ustedes, miles de personas que no ganaron, y tampoco
frente a ustedes a través de la televisión, millones de personas que tampoco
ganaron. Así que ya no se contengan más, dejen de llorar y gritar mi nombre… y
adórenme.
Mientras mi mamá me depositaba con ligera suavidad
en el sofá, entendí que mi destino era la grandeza… ok, ok, eso ya lo sabía,
nada más me faltaba encontrar la manera de llegar ahí, y ahora la tenía: haría
grandes descubrimientos en la medicina y la salud para que mucha gente se aliviara
de un montón de enfermedades, y así puedan tener la oportunidad de decir al
verme pasar: mira, hijo de mis entrañas, ese niño es Sergio, el más grande
investigador de todos los tiempos. Gracias a él yo sigo aquí y gracias a él tú
padre está vivo… gracias a él. Todo gracias a él. ¡Oh, mira! ¡Me ha visto, me
ha visto! ¡Señor Sergio, es usted el mejor, el más increíble, el más
inteligente y apuesto!
—Ya, señora, trankis, trankis. Deje de
reverenciarme, con que me conociera es suficiente emoción para usted, ya no se
preocupe y mejor vaya a traerme algunos video juegos para que no se sienta tan
mal por haberme conocido y no darme nada.
—Sí, mi Señor; lo que usted diga, Señor; lo que
usted mande y ordene, señor.
“Y luego se va hasta su casa sin parar de hacerme
reveren-cias. Y todo gracias a que yo descubrí la cura a su enfermedad. ¡Qué
buena persona soy, casi me dan ganas de llorar!”.
Pero para lograr mi noble objetivo, necesitaba primero
planear todo con tranquilidad y objetividad, no podía lanzarme al abismo sin
estar bien preparado.
Esa noche casi duré 10 minutos sin dormir,
concibiendo lo que necesitaría: primero, obvio, las medicinas. Vi cuando mamá
las puso arriba del refrigerador, sólo era cosa de subirme a una silla, abrir
la bolsa, luego las cajas, sustraer una tira de medicamentos de cada una,
volverlos a cerrar y dejar la bolsa como si nada hubiera pasado. También
ocupaba sacar uno o dos de los frascos goteros, ahí podría haber problema si mi
mamá se da cuenta de que faltan, pero es un riesgo que tendría que tomar; la
ciencia era arriesgada, yo era arriesgado… había equilibrio en el mundo. Pero
me faltaba algo… algo que me estaba moles-tando un poco pero aun no tenía idea
de qué era, así que mejor me dormí.
2 comentarios:
el inicio me parece muy divertido, y el hecho de que haya retomado las aventuras de Bastian y sus amigos me alegra mucho. Espero ansiosa poder leerlo completo. saludos
Gracias, Landy! Me alegra que te gustaran las aventuras de estos chicos, así como también me emociona que te vayan agradando las de Sergio. Espero pronto publicar algo más, algún otro capítulo para conocer más lo que sucede en el libro. Gracias nuevamente, cuídate y saludos!
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