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lunes, 25 de junio de 2012

Su cabello huele a fresas

—¿Y qué haces aquí? Deberías estar en tu casa.
—Iba en camino a ella cuando se me atravesó un poste, por cierto ¿no anotaste las matriculas?
—Sí —sonrió—, eran d-i-s-t-r-a-i-d-o —deletreó.
Un leve silencio nos cubrió mientras trataba de reunir la palabra deletreada.
—Bástian…
—Sí…
—Sí, ¿qué?
—Tú deberías estar… en… la escuela —me mostré algo aturdido.
—Aún tengo un par de minutos… —mi embeleso no tardó en preocuparla—. Bástian… Bástian ¿Estás…?
Le hice una seña para que guardara silencio. Acto seguido la miré fijamente.
—No… No lo soy.
—No qué, Bástian…
—¿Crees que soy distraído?
—¿Qué?
—No soy distraído. ¿Por qué crees que soy distraído?
Como respuesta comenzó a reír alegremente.
—¡Oye! ¿Qué te causa tanta gracia?
—¡Tú!
—¡Ahora sí! ¡Yo me llevo los golpes y tú la diversión! Que chido, ¿verdad?
—¡Sí! ¡Ja, ja, ja!
—Lo peor es que no sé si te ríes de mí o conmigo.
—¡Contigo!
—¿Conmigo? Pues qué raro, porque yo no estoy muy feliz que digamos.
Mentí sobándome la cabeza justo donde me golpeé. Ella no paraba de reír y yo no entendía por qué pero su risa, su voz, sus ojos…, el estar con ella me hacía feliz.

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