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jueves, 17 de junio de 2010

Siempre seremos amigo - Capítulo 03 - Su cabello huele a fresas


Capítulo 3

Pues bien, estaba yo en primero de secundaria cuando conocí a Sergio; chico un poco más bajo que yo, piel moreno clara, cara redonda, ojos cafés y con un poco de acné en las mejillas, quien se convirtió en mi mejor amigo.

Él entró al mismo grupo que yo y, aunque al principio me cayó mal, poco a poco nos fuimos llevando mejor. ¿Por qué me caía mal? Bueno, porque parecía que no podía tomar nada en serio (cosa que es algo contagiosa ya que después era yo quien parecía bromear por las cosas más simples), aparte de que me seguía mucho. No sé por qué, pero al parecer él disfrutaba de mi compañía. Bien dicen que: a veces son los amigos los que nos escogen, y no nosotros a ellos.

Ya casi por terminar el año, nos encontrábamos Sergio y yo disfrutando de un rico lonche que habíamos comprado dentro de un puesto de comida localizado en la misma secundaria, a un costado de la puerta de ingreso, frente a las canchas de basquetbol. Lo recuerdo muy bien: era de carne molida bañada con una salsa roja guisada, parecida a la manera en que se preparan las tortas ahogadas. Algo picante pero muy sabrosa. Lo vendían en una bolsita y, oigan, había reglas para disfrutar de esta comida: al principio, cuando el virote no está muy aguado, se comienza a comer todo en conjunto, después, ya que más o menos se ha devorado la mitad y, en general, la torta ya está algo blanda, adrede se aprieta la bolsa con los dedos con la intención de ir dejando lo más aguadito del lonche al final. Ya que terminaste con la primera parte es hora de lo más sabroso: cierras la bolsa con un nudo o la tuerces de tal forma que si la volteas no se tire el contenido, tomas la parte donde están los restos y, en el cono que se forma, le das una mordida y retirar el pedazo de plástico haciendo un agujero para así disfrutar de la carnita, el virote y la salsa que quedaron. Delicioso.

Y como dije, ahí estábamos mi amigo y yo, sentados en las bancas frente a las canchas, cuando en ese momento se acercaron Amanda (chica rechoncha y sangrona a más no poder, creída y teñida de rubio) y su inseparable Elena (también rechoncha, algo menos sangrona y de color de pelo natural: castaño), dos chicas que, yo no sé por qué razón, basaban su existencia en molestarme; especialmente Amanda quien era la que decía las cosas y Elena le seguía el rollo y lo malo es que, de paso, también se llevaban a Sergio entre las patas.

—Mira, Elena, huele a chiquero —dijo Amanda frunciendo la nariz y agitando la mano frente a su cara.

—Sí, es que por aquí deben de estar comiendo unos cerdos —le siguió el juego su amiga.

— ¿Comiendo? Más bien tragando.

Y así, se alejaron riendo. Yo sólo atiné a agachar la cabeza y a quedarme callado, pero Sergio las siguió con la mirada visiblemente enfadado.

—Malditas viejas; nomás vienen a jodernos la vida —refunfuñó mi amigo mientras tiraba la basura de la comida que había disfrutado.

—Es que ya sabes cómo son de sangronas—contesté mientras repetía la maniobra de mi amigo.

—Sí, y de taradas —me ayudó con la descripción.

—Lo gacho es que la cosa es conmigo y a ti también te toca.

— ¿Y por qué te dicen cosas? ¿Fue tu novia, amante o de plano nunca le diste “pa’ sus chicles”?

—La verdad, no sé; simplemente un día llegaron a darme lata —contesté a la vez que daba un eructo de satisfacción.

— ¿Y por qué no les dices algo?

—Es que son viejas ¿Cómo te vas a poner con ellas? —Dejé caer mis manos sobre mis rodillas.

—Con un par de cachetadas —agitó su diestra un par de veces en el aire—, y si eso no funciona, les das una patada en las nalgas, las jalas de las greñas, les haces la "huracarana" y las tiras por la ventana cerrada del edificio más grande que encuentres.

—Ay sí, como si fuera tan fácil. Además, luego van a querer que yo limpie el embarradero que se haría en la calle: un brazo aquí —desplacé mis brazos señalando diversos lugares—, una pata allá, un ojo rebotando en la banqueta.

—Eso sí —se resignó—. A lo mejor están amargadas porque nadie las pela. Lígatelas y llévatelas a un motel y vas a ver que ya no te dicen nada; bueno, sólo: “¡Ay, sí, papi, ahí, ahí, ya mero, no pares, sí, sí sííííííí!” —Sergio comenzó a jadear y a poner los ojos en blanco a manera de excitación.

— ¡No manches! Eres un degenerado sexual —exclamé.

— ¡Ja! Ay sí tú, muy seriecito. Que se me hace que eres puñal —se golpeó tres veces el pecho con el dorso de su puño.

—Ya deja ese tema por el bien de la humanidad; mejor dime si vamos a ir al cine mañana. Acuérdate que es miércoles de dos por uno.

—“Asegún”, ¿qué película quieres ver?

—No sé, creo que ya está en cartelera la del tren que secuestran unos terroristas y piden un buen de “billelle” para no matar a todos los pasajeros.

—‘Ta bien, pero está mejor la película erótica que anunciaron el otro día en la cartelera —cantaleó sus palabras.

Volteé a ver a Sergio, con una chispa rara en los ojos.

— ¿Estás seguro? ¿Cómo le haríamos para entrar? A ese tipo de películas no te dejan pasar y hasta te piden identificación.

—Eso déjamelo a mí —me respondió con una mirada y una sonrisa algo maliciosas.

—Bueno, pero no me falles —advertí.

Sergio asintió y sellamos nuestro trato con un apretón de manos.

En fin, las clases terminaron y creí que ese día acabaría sin mayores sobresaltos pero no tenía idea de lo equivocado que estaba.

Como me sentía con ánimos de caminar decidí tomar la ruta panorámica rumbo a casa donde es necesario atravesar un pequeño parque que cuenta con algunos árboles y juegos metálicos.

Iba caminando 100% absorto en mis pensamientos los que incluían: 2% las tareas que mis maestros me asignaron, 8% en qué haría de comer mi mamá y, por supuesto, 90% en la salida al cine convenida con Sergio.

“Estupido Sergio, a veces no sé ni para qué me dejo convencer de sus ideas. ¿Y qué tal si nos cachan? ¿Qué harán los encargados en casos así? ¿Les dirán a los padres? ¿Y ellos qué harían conmigo? ¿Me castigarían? No. No debo ser negativo. Lo más seguro es que pasemos, sin que alguien repare en nuestra presencia, entremos a la sala y nos sentemos en un lugar a las orillas, que la película comience y termine y salgamos de ahí a intercambiar impresiones de lo que vimos. Claro, todo eso si antes no nos agarran y nos llevan a la correccional. El juez no tendrá compasión por nosotros y nos dictarán «prisión de por vida por andar viendo películas de clasificación C». ¡Basta! No andes alucinando, Sebastián. No va a pasar nada, todo va a salir bien y todos felices y contentos.”

Tan ensimismado me encontraba que hubiera llegado a mi casa dándole vueltas al mismo tema y sin percatarme de mis propios pasos pero una voz conocida, un grito femenino, llamó mi atención. A varios metros de mí, a mitad de un claro con juegos mecánicos, dos chicos vestidos con el mismo uniforme escolar que identificaba a mi escuela importunaban a empujones y con risas a mi amiga Jandy. El cielo nublado le daba un tinte más dramático a la escena.

“¡Qué hace Jandy aquí! —Me restregué el rostro—. Si estaré idiota, es lógico que vaya a la escuela. Pero esos tipos… la están molestando. ¡Váyanse! ¿Por qué no la dejan en paz? Déjenla sola”

Pero fue inútil. Por más que me esforzaba en mi deseo aquellos chicos continuaron con sus atropellos contra mi amiga.

“¿Quiénes son? ¿Qué quieren?”

Comencé a acercarme a donde estaban. Conforme lo hacía podía escuchar más claramente sus habladurías, sus burlas. Sin darme cuenta ya tenía los puños fuertemente apretados.

—Dé-déjenla… —mi voz apenas era un hilillo—. Les dije que se fueran…

Ni los tipos ni Jandy parecían enterarse de mi presencia.

Cerré los ojos y respiré profundamente. Traté de aclarar mi mente de concentrarme, de reunir fuerzas y valentía pero fueron unas pocas palabras de ella las que me hicieron reaccionar:

— ¡Suéltame! ¡Me vas a lastimar!

Abrí los ojos bruscamente y en un segundo tuve en mi mente la escena completa de cuando me atacó aquel chico en la primaria y como ella me ayudó. Era mi turno de corresponder sin más titubeos.

Corrí hacia los muchachos gritando palabras sin pensar y amenazando al aire, intentando amedrentar a alguno de mis enemigos, pero no me fue posible. La tierra suelta se interpuso en mi desenfrenada carrera provocándome una caída directamente a una de las resbaladillas, logrando acertarme un golpe en la cabeza. Caí tratando de incorporarme pero el agudo dolor me lo impedía.

— ¿Y éste quién es? —dijo uno de los vagos.

—Es Bástian, un amigo mío —dijo Alejandra con una tranquilidad que me pareció fuera de contexto.

— ¿Y qué quería? ¿Golpearnos?

—Bástian, ¿estás bien? —dijo ella.

— ¿Por qué quería golpearnos? ¿Qué le hicimos?

— ¡Ja, ja, ja! ¡No lo creo! ¿A poco quería defenderte de nosotros, Ale?

La conversación tan familiar que tenían sólo me aturdía más.

“Parece que ya se conocían. ¡Ay, mi tatema!”

— ¡No se burlen! ¿No ven que se golpeó muy fuerte?

—Bueno, pues quédate a curarlo, nosotros ya nos vamos. Nos vemos en la escuela.

Los tipos se alejaron caminando como si nada hubiera pasado mientras Jandy me ayudaba a incorporarme. Caminamos un par de pasos y nos sentamos en una de las bancas de cantera de las varias que ahí habían.

— ¿Estás bien, Bástian?

— ¿Y esos quienes eran?

—Te golpeaste muy fuerte. Déjame ver.

— ¡Ay, ay! Mejor así déjalo. ¿Los conoces?

—Híjole, un poco más fuerte y se te abre la cabeza.

— ¿Por qué te molestaban? —sus evasivas me incomodaban cada vez más.

—No importa. ¿Te duele mucho?

—No. ¿Quiénes eran?

—Tal vez deberíamos ir a la cruz roja.

—Estoy bien. ¿Los conoces?

—No está bien que te quedes así, puedes tener algo más grave.

— ¡Alejandra! ¡Contéstame lo que te pregunté!

Ella me miró fijamente por unos segundos, yo agaché la cabeza. Me avergoncé por haberle levantado la voz.

—No te preocupes. Uno de ellos es mi primo y el otro es uno de sus amigos. Son algo pesados en su trato pero no pasa de ahí. Realmente no me iba a pegar.

— ¿Te iba a pegar?

—No. Ya te dije que era sólo un juego.

—Pues vaya juegos los que tienen ustedes dos, primitos.

— ¿Y qué haces aquí? ¿No deberías estar en tu casa?

—Iba en camino a ella cuando se me atravesó un poste, por cierto ¿no anotaste las matriculas?

—Sí —sonrió—, eran d-i-s-t-r-a-i-d-o.

Un leve silencio nos cubrió mientras trataba de reunir la palabra deletreada.

—Bástian…

—Sí…

—Sí, ¿qué?

—Tú deberías estar… en… la escuela.

—Aún tengo un par de minutos… —mi embeleso no tardó en preocuparla—. Bástian… Bástian ¿Estás…?

Le hice una seña para que guardara silencio. Acto seguido la miré fijamente.

—No… No lo soy.

—No qué, Bástian…

— ¿Crees que soy distraído?

— ¿Qué?

—No soy distraído. ¿Por qué crees que soy distraído?

Como respuesta comenzó a reír alegremente.

— ¡Oye! ¿Qué te causa tanta gracia?

— ¡Tú!

— ¡Ahora sí! ¡Yo me llevo los golpes y tú la diversión! Que chido, ¿verdad?

— ¡Sí! ¡Ja, ja!

—Lo peor es que no sé si te ríes de mi o conmigo.

— ¡Contigo!

— ¿Conmigo? Pues que raro, porque yo no estoy muy feliz que digamos.

Mentí sobándome la cabeza justo donde me golpeé. Ella no paraba de reír y yo no entendía por qué pero su risa, su voz, sus ojos…, el estar con ella me hacia feliz. Y hubiera deseado que ese momento se prolongara por más tiempo pero del cielo, de la negrura de las nubes, un fuerte estruendo nos sorprendió sacándonos de nuestro alegre momento. Por unos segundos ambos nos quedamos callados.

— ¿Crees que llueva, Bástian?

Miré al cielo.

—Tal vez… Pero no, no lo creo…

No terminé de hablar cuando otro trueno más fuerte pareció contradecirme.

— ¿Sabes qué? Por sí o por no más vale que ya te vayas a la escuela no vaya a ser que te vayas a mojar.

Pero más tardé en completar la oración cuando un fuerte rumor nos anunció la tormenta. Gruesas y constantes gotas comenzaron a golpearnos sin piedad.

— ¡Nos vamos a mojar!

— ¡Dame tu mano y prepárate para correr!

Jandy obedeció y la sujeté firmemente. Ambos corrimos varios metros rodeando los árboles hasta llegar a un kiosco de venta de comida que estaba cerrado, pero sus cornisas nos ayudarían un poco.

— ¡Está lloviendo muy fuerte, Bástian!

— ¡No te preocupes! ¡Aquí no nos mojaremos!

Otro error. El fuerte viento cambió su dirección y ahora nos golpeaba de frente.

— ¡Vente!

Jalé su mano rodeando el puesto tratando de protegernos del viento, tal maniobra me permitió ver un recoveco por donde estaba la entrada al lugar. Nos pegamos lo más que podíamos a la pared y prácticamente arrastrándonos llegamos al refugio.

— ¿Cómo estás, Jandy?

—Bien, ¿y tú?

—También. Vaya sorpresa, ¿verdad?

—Sí.

Ambos nos cruzamos de brazos mientras observábamos como el panorama se llenaba de agua.

—Qué bonito —apuntó Jandy.

—Sí.

De pronto sentí un ligero escalofrío y miré a mi amiga de pies a cabeza. Noté que temblaba ligeramente mientras unas gotas de agua resbalaban por su cabello hasta fundirse en su blusa.

“¡Que tonto! Está empapada y no trae con qué cubrirse.”

Me quité la mochila y de ella extraje mi suéter. Lo extendí y la abrigué.

— ¿Que-que haces?

—Tienes mucho frio ¿verdad?

—Pero es el de tu uniforme. Se va a mojar.

—No importa. Permíteme.

Tomé su cabello con mucho cuidado y lo extendí sobre el improvisado abrigo.

—Me da pena, Bástian.

—No te preocupes.

Sonrió levemente al igual que yo. Un calor confortable me llenó el cuerpo. No sabía porqué pero estar con ella me hacía sentir diferente. No era la primera vez que me encontraba tan cerca de una chica, incluso una vez me besaron en el cachete… claro que estaba en quinto año de primaria y que las hormonas permanecían como atontadas y por lo mismo reaccioné avergonzado y con cara de fuchi (¡lo hizo frente a todos los compañeros! Ok, esa es una historia para contar en otra ocasión).

Inesperadamente el viento cambio otra vez su dirección y ahora se dirigía a nuestro escondite.

— ¡Ay! ¡Se está metiendo el agua!

Dijo Jandy mientras daba unos pasos atrás parándose de puntitas. Al voltear a sus pies me fije como sus piernas, apenas cubiertas por las medias escolares, se estaban empapando.

—Dame permiso, Jandy.

La tomé de los hombros y en lo que me gusta recordar como un abrazo me coloqué frente a la entrada para impedir que ella se mojara más.

—Bástian, te estás mojando.

—No le hace.

—Pero te puede hacer daño.

— ¡Oye, y tú qué! No me digas que tú no te podrías enfermar. Además ya casi termina de llover.

Como si alguien me hubiera escuchado la tormenta se intensificó logrando alcanzarme casi a la altura de mis nalgas.

“¡Híjole, espero que sí termine pronto porque se me hace que me va a entrar un aire colado…!”

— ¡Está lloviendo más fuerte! ¡Recórrete hacia acá, Bástian!

Obedecí sin pensar. Ambos quedamos a sólo unos centímetros de distancia, podía percibir el calor de su cuerpo, pude respirar su aliento. Ella se sonrojó y yo sentí que mis orejas estaban del mismo color. Nos observamos fijamente en medio del silencio, sus ojos brillaban, mi corazón palpitaba como desesperado. Ella, recargada en la pared, cruzando sus brazos sobre el cuello, sosteniendo la prenda que le presté, yo con las palmas apoyadas en los muros.

Un trueno resonó como el rugir de mil bestias pero para nosotros pasó desapercibido.

Lentamente apoyó su cabeza en mi pecho, mis manos resbalaron hasta abrazar su espalda y cerré los ojos.

“¡Qué bonito se siente!, ¡qué calientita está! Su cabello huele a fresas.”

Mis siguientes palabras salieron como un arrullo, ni siquiera me di cuenta cuando pasó.

—Todo va a estar bien, Jandy. Te lo prometo.

—Lo sé…, Bástian. ¿Recuerdas lo que dijiste antes de golpearte?

—Sí —mentí, en aquel momento mi mente estaba en blanco.

— ¿Es verdad?

—Cada palabra.

Ella se quedó en silencio pero noté como se acurrucó más cómodamente en mi pecho.

Así dejamos que pasara el tiempo sin darnos cuenta de nada más, incluso no percibimos cuando la lluvia cesó.

— ¡Ya es muy tarde!

Exclamó Jandy mirando su reloj y apartándome para salir al parque recién lavado y emprender una lodosa carrera a la secundaria.

— ¿A dónde vas? —pregunté decepcionado.

— ¡A la escuela! ¡Ya se me hizo muy tarde!

— ¿Qué tan tarde? —cuestioné tratando de alcanzarla.

—Ya me perdí de la primera clase.

—Pues si ya te cerraron las puertas, ¿por qué no nos quedamos por… aquí?

— ¿Quieres que pierda todo el día?

—Jandy, ¿Qué puedes hacer? Ni modo que te abran…

—Sé de una entrada.

— ¿Una entrada? ¿Cuál?

—Por donde se hacen la pinta.

— ¡¿Qué?! ¿Quieres entrar por “la resbaladera”?

—Sí.

— ¡Vamos, Jandy, se razonable! Tantos alumnos que quieren salir de la escuela y tú, que sin quererlo, ya estás afuera ahora quieres entrar. ¡Eso es ilógico, antinatural, es una locura! Jamás he sabido de alguien que se quisiera hacer la pinta al revés. ¡No está bien, entiende!

Ella se paró y me enfrentó respirando fuertemente.

— ¿Acaso quieres… que falte a clases?

— ¡Uff! Jandy,… ya estás afuera. ¿Qué más puedes hacer? Ay, que corretiza nos llevamos…

—A mi no me gusta faltar…, Bástian. Sé que para muchos ésta sería una oportunidad dorada pero no para mí. Voy a entrar y punto.

Me puse de cuclillas tratando de recuperar el aliento y viendo como con cada respiración que daba, mi oportunidad de pasar un rato con ella se evaporaba.

—Bien. Te entiendo. Vamos a la escuela, te acompaño.

Ella asintió orgullosa y reinicio su camino mientras que yo trataba de caminar a la par de ella.

Un par de minutos después teníamos frente a nosotros al edificio de enseñanza, pero para lograr nuestra meta era necesario rodearlo casi por completo para situarnos atrás de tres salones que fungían como bodegas, tanto de material escolar como de, en su mayoría, butacas y mesa-bancos destruidos.

Por fin tuvimos frente a nosotros a la resbaladera, un desliz de tierra que se originó por una fractura de los cimientos ya que, esta parte de la escuela estaba en un gran desnivel de más de tres metros. Estando ahí, Jandy y yo nos vimos ante la interrogante:

— ¿Y ahora cómo vas a subir, Jandy?

Sus hombros cayeron, así como mi ánimo, al entender que si bien era difícil bajar por la tierra suelta ahora, debido a la lluvia, eso era más una trampa de arenas movedizas que una clandestina entrada a la escuela.

—Pues con trabajo.

Dicho esto, se sujetó de uno de los cimientos y comenzó a escalar la cuesta. Sus zapatos se hundían en el lodo y sólo conseguía escarbar más y más a cada paso mientras la observaba desmoralizado.

“Y para qué quiere entrar. Tantos que quisieran estar aquí, pero ella no. Prefiere estudiar. ¡Como si de eso fuera a sacar algo bueno! Mejor nos hubiéramos ido a tomar un refresco o a caminar a alguna plaza, pero en lugar de eso estamos aquí. Yo, soportando el hambre, todo mojado y cansado; ella, subiendo la cuesta sin conseguirlo, lo único que va a lograr es ensuciarse toda. Pero no se rinde, hasta parece hacerlo con coraje, con empeño… ¡Vaya! No va a darse por vencida nunca. No puedo abandonarla, además yo tampoco me animaría a hacerme la pinta, pero siendo sinceros, si fuera yo quien estuviera en su lugar no haría lo que ella —suspiré—. Mejor le ayudo, ya qué”

Me quité la mochila y la descansé junto al muro.

—Mejor déjame tratar un poco, Jandy.

Ella me miró con recelo pero al fin sujetó mi mano y bajó a tierra firme. Di varios pasos atrás, respiré profundo y corrí, salté a pie de la desmoronada colina y logre avanzar poco más de un metro. Después atoré mis pies lo mejor que pude el destruido cimiento y enterrando mis manos escalé hasta llegar a mi meta. Sin perder tiempo me acosté sobre la tierra y le brindé mi mano a la chica que esperaba en la ladera.

— ¿Qué haces, Bástian? ¡Te estás ensuciando!

—Pues has que valga la pena y apúrate.

Sin más titubeos me sujetó, hizo un poco de palanca en el muro como le mostré y después de unos segundos ambos nos sacudíamos la tierra de los uniformes.

—Mírate. Te mojaste y todo por mi culpa.

— ¡Oye! Es importante para ti, entonces lo es para mí. ¿Cómo estás?

—Mejor que tú. Bueno, Bástian, gracias por tu ayuda y no te entretengo más.

—No tienes que agradecer —decía esto cuando ella se sentó en un borde del edificio adyacente tomando su mochila y depositándola sobre sus piernas —. Oye, ¿qué pasa? ¿No vas a entrar a clases?

—La primera materia ya comenzó y si entro ahora, interrumpiendo al maestro, no creo que mejoré en nada mi llegada tarde, así que mejor esperaré aquí hasta que toquen el timbre y se vea un poco más de movimiento.

—Tienes razón. Aparte lo prefectos te llevarían a la dirección si te vieran rondando la escuela con la mochila a cuestas. Pero, ¿qué vas a hacer? ¿Quedarte sentada? Te vas a aburrir.

—No importa, el tiempo pasa rápido.

—Bueno, pues ya que estoy aquí permíteme que te haga compañía.

—Pero ya es tarde.

— ¡Naah! Además no tango nada mejor que hacer.

Al sentarme a su lado mi estomago protestó por mi decisión.

— ¡No has comido!

—No, pero no te apures.

Sin decir más, sacó una manzana, envuelta en una bolsa de plástico, de su mochila y me la extendió.

—Ten. Aunque sea para marear el hambre.

— ¡Cómo crees! No pienses que voy a dejarte sin tu refrigerio.

—Cómetela.

—No y no insistas.

—Por favor, por mi culpa se te está haciendo tarde. Me voy a sentir mal si no la comes.

—Jandy… —en realidad la fruta me hacia salivar pero en verdad me daba pena despojarla de su colación—. Ok, acepto pero vamos “mita y mita”.

—Pero…

—Si hay peros entonces no quiero nada…

— ¡Ay! Como eres caprichudo…

Musitó irritada mientras maniobraba la fruta para cumplir con lo pactado. Hizo lo mismo con la bolsa para que nos sirviera de servilleta. Inmediatamente me regaló la mitad. Yo procedí a comerla después de dar las gracias. Ambos disfrutamos de la manzana tranquilamente mientras platicábamos de tópicos tan dispares; desde cómo íbamos en nuestras materias, el clima, lo afortunados que somos por nuestros padres, el chisme de moda en la farándula, en fin. Sin saberlo nuestras palabras nos guiaron hasta el momento en que nos conocimos…

—Se llamaba Barry, ¿verdad?

—Sí. Me lo regaló mi padre cuando cumplí tres años pero murió pocos años después. Estaba enfermo.

— ¿Aún lo extrañas?

—Un poco. Fue un gran compañero. Era muy juguetón y siempre que me veía armaba un escándalo… era lo único que le molestaba a mi papá de él.

—Pero mira el lado bueno, de no ser por Barry jamás nos hubiéramos conocido.

—Sí, jamás me hubieras dicho que me haría vieja y fea —sonrió.

— ¿A poco todavía te acuerdas? Yo no, para nada. Es más, no sé de qué hablas. Ha pasado el tiempo, dejemos atrás aquellos días y vivamos el presente. Es más hermoso… y menos vergonzoso, je.

—No te avergüences. Tus palabras me ayudaron mucho, me hicieron sentir mejor. Y la promesa…

—Nuestra promesa.

—Te obligué…

—Nuestra promesa, tus lágrimas, tu perdida, mis palabras… nuestra promesa, Jandy, siempre juntos. Unidos para ayudarnos a salir a flote, a no dejarnos vencer. Fue nuestra promesa; tú la propusiste, yo la acepté y aún la honro al igual que tú.

—Siempre juntos…

—Siempre.

—Unidos para ayudarnos, para salir a flote, no dejarnos vencer.

—Siempre juntos en las buenas y las malas como…

— ¡Como hermanos!

—Como los mejores hermanos —me sonrojé.

—Fue hace mucho tiempo.

—Pero aún recuerdo cada palabra.

—Yo también, y creo que era un poquitín diferente.

—Ay, como eres perfeccionista. Recuerdo cada palabra… más o menos. Pero la intención es la que cuenta ¿verdad?

—Siempre amigos.

Me extendió su mano.

—Para toda la vida.

El timbre sonó anunciando el cambio de materia justo cuando le estrechaba la mano fuertemente.

—Me tengo que ir.

—Lo sé. Cuídate y nos vemos luego.

—Hasta luego, Bástian.

Dio unos pasos hacia los edificios principales al tiempo que mi voz la hizo detenerse.

—“Quiero que me prometas que siempre serás mi amigo pase lo que pase, que nunca te olvidaras de mí aunque estés muy lejos, y que me contaras todos tus secretos; y yo te prometo que siempre haré lo mismo contigo. Quiero que me prometas que siempre seremos amigos, y que pase lo que pase, siempre nos ayudaremos y apoyaremos y que jamás nos olvidaremos el uno del otro.”

Volteó a verme con esa mirada tan hermosa; sus ojos parecían lanzar destellos de sol. Sonrió y dijo adiós con la mano y retomó su camino con rapidez. Me quedé parado viendo cómo se alejaba. Todo el bullicio hecho por los estudiantes y profesores parecía desaparecer y sólo quedar la silueta de Jandy corriendo a su salón. Un aire de melancolía me abrazó y pensé que lo mejor sería regresar a casa. Di media vuelta dispuesto a retornar por la resbaladera cuando un grito a mi espalda provocó que girara mi cuerpo violentamente: uno de los prefectos ordenaba que me detuviera.

— ¡A dónde vas, muchachito!

—A mi casa —murmuré confiado en que no me alcanzaría pero gracias a mi poca destreza tropecé con un cacharro oxidado y caí a plomo.

— ¡A dónde ibas! ¿Por qué no estás en clase? ¿De qué grupo eres?

— ¡Espere, espere! Aquí hay un error.

— ¿Crees que no sabemos lo que hacen los tipos como tú en esta parte de la escuela?

— ¡Pero yo no soy de la tarde! Oiga, le aseguro que no me iba a hacer la pinta.

—Entonces ¿qué estabas haciendo aquí?

Ahora sí, ni como decirle que sólo vine a ayudar a una amiga a regresar a su salón de clases y que a punto estaba de bajar por la “salida de emergencia escolar” para regresar a mi casa. Afortunadamente alguien gritó su nombre distrayéndolo, rápidamente logré zafarme y de un salto me levanté y de otro me arrojé por “la resbaladera” propinándome tremendo panzazo al aterrizar. Bajé rodando por la pendiente hasta estrellarme con tierra firme. Me incorporé dolorosamente y avisté a Jandy que agitaba su brazo desde el tercer piso del edificio, su grito me ayudó a salir de ahí. El prefecto se limitó a maldecir y retirarse del lugar. Por mi parte, todo quejumbroso y sucio, agarré mi mochila de donde la dejé y retomé mi camino regreso a casa.

Por la noche tarde bastante en conciliar el sueño. No sería ésta la primera vez que me desvelaba pensando en lo que me ocurría durante la diaria jornada pero hoy me enfoqué en una situación en particular: cuando vi a aquellos chicos molestando a Jandy y mi desenfrenada carrera para tratar de detenerlos.

“¿Qué fue lo que les dije? No me acuerdo. ¡Me lleva la fregada! Lo malo es que le dije a Jandy que todo lo que grité era cierto. ¿Pero qué fue? ¿Y si fue algo feo? ¿Y si fue algo que no podré cumplirle? ¡Ay! ¡Vaya memoria la mía!”

Tardé mucho rato en dormir pero al hacerlo soñé con lo que sucedió en la tarde; Vi a Jandy atrapada por aquellos chicos que le gritaban tonterías y la amenazaban con golpearla; me vi cerrando los puños fuertemente, recordando cuando ella me ayudó con el Rica. Sentí claramente cuando empecé a correr y a agitar mis puños; corrí con todas las fuerzas que tenía aunque ellos parecían alejarse de mí. Y entonces pasó, recordé cada palabra dicha hace algunas horas y en el sueño volví a gritar:

“¡Déjenla en paz! ¡No la molesten! ¡Jamás permitiré que alguien le haga daño! ¡Jamás voy a dejar que la lastimen! ¡Siempre la voy a cuidar!”

Desperté, cada palabra por fin vivía fresca en mi memoria.

“Siempre te voy a cuidar, Jandy”

Sonreí con alivio al saber que mis palabras fueron una promesa que sí podía cumplir. Cerré los ojos y dormí plácidamente el resto de la noche, percibiendo un suave aroma a fresas que inexplicablemente se colaba por mi ventana.


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